Joe Wright ha querido hacer con la novela de Tolstoi lo mismo que hizo con Orgullo y Prejuicio, de hecho repiten algunos de sus actores, como la protagonista, pero es como si en lugar de innovar para servirnos el texto de manera más cercana se hubiera contaminado de los peores tics del cine más grandilocuente.
Anna Karenina es una de esas películas que amas u odias,
incluso las dos cosas a lo largo de la proyección. A mí me costó entrar en la
peli, con ese arranque en un teatro que va mostrando la tramoya y los cambios
de escenario de manera trepidante, con unos actores, por otro lado excelentes,
que más parecen bailarines que siguen una estricta coreografía, que intérpretes
de un texto inmortal. Poco a poco la película me va convenciendo, en especial
con ese delirio visual que Wright idea para servir las diferentes escenas,
consiguiendo escenas memorables como la que tiene lugar en un baile. La música,
omnipresente, alcanza aquí también su condición de elemento crucial para el
desarrollo de la trama.
Pero poco a poco se va desinflando, se convierte en morosa y
aburrida conforme avanza el desequilibrio de la protagonista. Casi estás
deseando que vuelva algún exceso visual que nos saque un poco del sopor y, lo
que se apuntaba al inicio, se acrecienta. La película es muy fría, el drama, la
pasión, quedan poco cercanas, no por el mal hacer del reparto sino tal vez por
la excesiva teatralidad que el director da al conjunto.
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