Escribe David Trueba en El País de hoy: “Hace tiempo que el cine considerado más importante, ofrece películas que aspiran a retratar lo absoluto”. Y una de las películas que cita es La gran belleza de Paolo Sorrentino que intenta encontrar “la solución al vacío existencial”. La película ha sido muy bien recibida por la crítica y el público hasta el punto que mi interés por verla ha podido a mi pereza navideña.
La película de
Sorrentino es ambiciosa, como dice Trueba, no se puede aspirar a retratar lo
absoluto porque es inabarcable. Pero como bien dice en el artículo a veces la
auténtica gran belleza está en el retrato de las pequeñas coas que hacen
realmente bella la vida.
A través de un periodista desubicado en la Roma actual, Sorrentino muestra cómo parte de la sociedad romana, la burguesía, anestesiada y encerrada en su cárcel de lujo, pasa el rato entre fiestas absurdas y coartadas pseudointelectuales. Aunque Sorrentino se centre en una parte concreta de la sociedad su mirada puede ser perfectamente válida en otros estratos sociales.
Porque vivimos
en la impostura, lo sabemos, rodeados de belleza que no sabemos ver porque la
estupidez y el vacío nos la esconden. Basta ver por ejemplo a esa artista que
no sabe contestar al periodista, tan reconocible en tantos personajes de
derribo que pueblan nuestro mundo. El protagonista se mueve en una Roma
contradictoria, de pasado glorioso y presente que solo aspira a bailar refritos
máquina de canciones de la Carrá.
El director no
parece tomar partido, muestra lo que ve para que el espectador se forme una
opinión pero sí presenta a tres tipos de persona que viven de muy diferente
manera el declive de la sociedad actual: el periodista vividor pero consciente
de su vacío, el empresario callado que dice que mueve realmente el país y una
religiosa que solo aspira a gozar de las pequeñas cosas.
La película es notable en su mirada, en la manera de mostrar la ciudad y sus personajes pero se hace un poco larga y en ocasiones pierde un poco el ritmo. Un poco más de humildad tal vez no le vendría mal.
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