Despertarse con una noticia como
la muerte de Robin Williams no es una buena manera de empezar el día. Primero
uno cree que es uno de esos rumores de Internet pero cuando ve las redes
sociales llenas de comentarios de colegas actores y amigos uno sabe que es
verdad. Y entonces uno siente que se le ha muerto un amigo. Ya se que no es
comparable con perder a alguien cercano pero una generación que ha crecido con
este actor extraordinario lo siente de verdad. Y vaya si lo siente. Solo hace
falta, como decía, acudir a Internet y ver las sinceras muestras de afecto de
todo el mundo.
Era Robin Williams uno de esos
tipos capaces de hacerte reír, de emocionarte, de darte miedo, lo que viene
siendo un gran actor, capaz de brillar en cualquier película y papel, sea cual
fuera. Williams será para siempre el locutor de Good morning Vietnam, el
profesor Keating, el colega locuelo de Jeff Bridges en El rey pescador, un Peter
Pan que olvidó qué era ser un niño perdido y tantos otros que quedarán en
nuestro recuerdo.
Williams empezó haciendo
televisión en series como El show de Richard Pryor, Con ocho basta y Días
felices. Fue en 1980 cuando se embarcó en la aventura de dar vida a Popeye a
las órdenes de Robert Altman y ya no paró de hacer cine: El mundo según Garp,
Un ruso en Nueva York, Club Paraíso… Hasta que llega Good morning Vietnam
(1987).
Adrian Cronauer era capaz de
inventar una radio frenética y alocada gracias a la habilidad extraordinaria de
Williams para modular la voz y gesticular. Pero también estaba ahí el Williams
serio que no podía creer como el ser humano se empeñaba en matarse en una
guerra inútil.
Vendrían luego películas como Las
aventuras del barón de Munchausen poquito antes de llegar a la cumbre que
supone El club de los poetas muertos (1989). Película generacional, bella en su
discurso, poderosa en la interpretación de Williams dando vida a John Keating,
un profesor que muchos queríamos tener y que pocos encontramos. La película aún
hoy tiene un discurso vigente y es gracias al trabajo de su protagonista que
consigue transmitírnoslo extraordinariamente.
De la comedia en Cadillac Man al
drama de Despertares se mueve Williams hasta que llegan Hook (1991) y El rey pescador
(1991). Dos trabajos diferentes y geniales a la vez, de la ligereza aparente de
uno al hondo pesar del otro, el actor salió airoso como en toda su carrera
ganándose al público sin aparente esfuerzo.
Williams incluso puso voz a un
genio en Aladdin, hizo juguetes en Toys, se convirtió en niñera británica en la
divertidísima Señora Doubtfie, se metió en juegos peligrosos en Jumanji, paseó
su pluma en Una jaula de grillos, desenfocado en Desmontando a Harry o educando
a Matt Damon en El indomable Will Hunting (1997), uno de sus papeles más
valorados tal vez por aquello que los cómicos siempre parece que deben
demostrar que no solo saben hacer reír. Sea como sea su trabajo es igualmente notable.
Aún tuvo tiempo de viajar Más
allá de los sueños, una de sus películas que más me gustan, de ser un doctor
muy especial en Patch Adams y de convertirse en un robot más humano que los
humanos en El hombre bicentenario.
La parte final de su carrera está
dominada por los papeles dramáticos y por cierto abandono por parte de la
crítica y el público. Muchas de sus últimas películas ni se han estrenado. Asesino en Insomnio, fabricante de sueños en
La memoria de los muertos, o siniestro fotógrafo en Retratos de una obsesión.
Muchos títulos, y los que me
dejo, múltiples caras de un actor genial al que siempre recordaremos con
cariño. Hasta siempre, Oh Capitán, mi Capitán.
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